Hoy hablaremos del cuadro titulado Niño riendo asomado a la ventana, obra de Bartolomé Esteban Murillo. Actualmente pertenece a la colección de la National Gallery de Londres y está datada en el año 1675. Lo primero que nos llama la atención de esta obra del pintor sevillano es la naturalidad con la que capta la sonrisa. Así mismo, el gesto de este niño de finales del siglo XVII. Murillo nos transporta al momento casi como si estuviéramos presentes detrás de esa ventana. Nos sorprende como es capaz de transmitir la inocencia de la niñez, quizás viéndose reflejado en ese niño que retrata. Murillo se quedó huérfano a los 9 años, tuvo que madurar rápidamente, ya que esta circunstancia marcaría su vida. Si lo pensamos bien a cualquiera nos haría madurar una situación semejante, ya que la aparición de la muerte te hace madurar de bruces. Tras la muerte de sus padres tuvo en sus manos el negocio familiar, el cual estuvo tutelado por su hermana Ana y su segundo marido Juan Agustín Lagares durante su niñez. Lagares según los estudiosos le inculcó esa visión empresarial que demostró en su vida.
Esta obra se realizó siete años antes de su muerte y pertenece a una pintura más profana, dejando a un lado la pintura religiosa, la cual tanto acompañó al pintor hispalense. Destacaron sobremanera sus Inmaculadas, destacando también otras obras religiosas basadas en escenas de la biblia. Ejemplo de ello son obras como El nacimiento de la virgen o la Sagrada Familia. Así mismo, representó a muchos clérigos y santos de importancia como San Antonio de Padua. Murillo tuvo una carrera pictórica muy prolífica, la cual demuestra con creces con sus números. Así mismo, era una persona de alma muy emprendedora y empresarial, arrendó bastantes propiedades en la ciudad de Sevilla, las cuales le reportaron bastantes ingresos; y que no decir de los encargos que recibió.
Volviendo a la obra en cuestión, comentar como refleja quizás esa añoranza de una niñez perdida. Llama la atención que refleje y capte esa felicidad a pesar de su experiencia negativa en su infancia, dice mucho de su sensibilidad. Vemos como la mirada es el nexo de unión con el fuera de campo de este cuadro. Nos quiere transmitir que algo que ha visto tras esa ventana le ha producido felicidad. De forma indirecta diríamos, que también nos la produce a nosotros. Vemos como Murillo se alimenta de esa mirada, a su vez nos interpela a nosotros a la hora de mirar a este niño provocándonos felicidad. La obra nos produce un feed-back retratado-espectador, consiguiendo un trasvase de felicidad.
Destaca como crea una atmósfera gracias a su pincelada suelta. Se trata de un cuadro armonioso, expresivo y con una luz que nos atrapa. Luz que observamos en su mejilla, en su nariz o en su hombro. Destaca también por sus sombras, ya que en ese propio hombro que da luz, da también una sombra perfecta. Esta sombra la apreciamos en su frente o sus hoyuelos. Llama la atención su impresionismo en lugares como la oreja o en alguna parte de sus manos. Así mismo, en contraposición con ese impresionismo, vemos un realismo en su pelo impresionante. Murillo no nos deja indiferentes, maneja todos los aspectos de la pintura de manera sorprendente, ya que es capaz de captar la imagen, la expresión, la idea y a su vez utilizar la armonía, la simetría, la luz y la sombra. Cuando algunos lo tachan de genio, no se quedan cortos en halagos, ya que lo demuestra fehacientemente.
Por último, decir que Murillo refleja mucho personajes pobres como hacían muchos de los pintores barrocos, estos querían reflejar ese naturalismo que tanto caracterizaba a los temas sociales en la pintura. A pesar de esa pobreza, siempre sacaba el lado positivo a sus vidas, aportándoles una sonrisa o un gesto de felicidad. Llama la atención que un hombre acomodado como era el, reflejara tanto la pobreza, quizás para denunciarla o queriéndole dar un papel protagonista.
Autor: Jesús Aguayo Linares, graduado en Historia del Arte por la Universidad de Córdoba.