Con respecto a la temática andaluza de nuevo centra su atención en la vestimenta de la mujer flamenca, aunque no gitana, puesto que la palidez del prototipo de modelo femenino del arte parisino era precisamente el contrario al color aceituno de la raza calé.
El añil de los cielos zuloaguescos aplicado sobre el lienzo con pincelada generosa, a veces violenta o los paisajes siena coronados por pueblos recónditos, amparan el tenebrismo, la sobriedad y movimiento de la pintura paisajística de la época, un rasgo acentuado por la corriente realista literaria de la generación del 98. «Ahí estaban los llanos, las sierras de Castilla, sus grandes encinares y sus álamos delicados, hasta que unos hombres, hace no más de cuatro o seis decenios, nos hicieron percibir el sentimiento dramático y tierno de su contemplación».
Esta concepción idealizada del paisaje castellano, como la esencia verdadera, casi dogmática de España, seguirá siendo uno de los rasgos característicos de otros pintores españoles de la época que también retrataron la escena flamenca con su propia iconografía, como el cordobés Julio Romero de Torres o el madrileño José Gutiérrez-Solana. Sin embargo los mantones y volantes de los trajes pintados por Camarasa se convierten en el principal motivo artístico del catalán.
y a diferencia de los trajes valencianos, realiza con ellos un lenguaje más plano y decorativo, con claras influencias orientales, inspiradas en la visión modernista de Gustav Klimt.
Es este precisamente el rasgo diferenciador del modernismo francés, que calará incluso en la estética arquitectónica y decorativa del arquitecto catalán Antoni Gaudí.
Realizado por Álvaro Reja Cuadrillero.