La fundación del Museo Británico se remonta a 1753, aunque se abrió al público seis años más tarde, el 15 de enero de 1759. El origen de este museo, el primer museo público nacional del mundo, se sitúa en la colección del eminente médico, naturalista y coleccionista Sir Hans Sloane que la donó al Gobierno británico. La colección estaba compuesta por más de 70.000 objetos, entre los que había libros, manuscritos, su colección de ciencias naturales y medicina, así como cuadros de Durero y antigüedades procedentes de Egipto, Roma, Grecia, Próximo y Extremo Oriente, y de América. La donación fue aceptada y así una ley del Parlamento Británico de 7 de junio de 1753 establece la fundación del Museo Británico. El Gobierno británico adquirió la colección por un precio simbólico de 20.000 libras, dinero que se obtuvo mediante una lotería pública organizada por el Parlamento, según consta en su acta de fundación. Además, también se adquirieron las bibliotecas de Sir Robert Cotton y del anticuario y diputado Robert Harley. En 1757, el rey Jorge II donó la “Old Royal Library” de los soberanos de Inglaterra y con ella el privilegio de recibir derechos de autor.
El Museo Británico abrió sus puertas al público el 15 de enero de 1759 en una mansión del siglo XVII, Montagu House, en Bloomsbury, adquirida por el Gobierno para ese fin. Su primer director fue el Dr.Gowin Knight. Desde el principio se concedió acceso gratuito a todas las personas, “estudiosos y curiosos”. La cifra de visitantes no ha dejado de crecer desde entonces y se ha pasado de las cinco mil visitas en el siglo XVIII a casi seis millones, en la actualidad. Con la excepción de las dos guerras mundiales, el museo ha estado abierto desde su inauguración. El siglo XIX fue el de la expansión y descubrimiento. Desde su creación las colecciones del museo no han dejado de crecer, bien mediante donaciones o mediante compras. Ya en el siglo XVIII se hizo con la colección de obras y objetos de Sir William Hamilton, embajador británico en Nápoles, que incluían piezas de Grecia y Roma. Pero fue en el siglo XIX cuando el Museo Británico se hizo con algunas de sus colecciones más importantes y también más controvertidas.
La derrota de las tropas francesas a manos de las británicas en la Batalla naval del Nilo o de Abukir permitió al Museo Británico hacerse con numerosas antigüedades egipcias, entre ellas la célebre Piedra de Rosetta, encontrada en el delta del Nilo por un soldado francés que participaba en la campaña de Egipto. Las tropas británicas se hicieron con ella después de la derrota de Francia en Egipto, en 1801. Fue también a comienzos de este siglo cuando el Museo Británico enriqueció su colección con los mármoles del Partenón, donados por Thomas Bruce, conde de Elgin, de ahí que también se conozcan como los “mármoles de Elgin”. El conde de Elgin era un oficial británico residente en Atenas quien ante la amenaza otomana ordenó retirar del Partenón los mármoles que suponen más de la mitad de sus esculturas decorativas, son 75 de los 160 metros que tenía el friso original. En la colección también se incluían otras esculturas del tímpano del Partenón y otras piezas de arquitectura.
Tanto el Gobierno egipcio como el griego solicitan reiteradamente la devolución de la piedra de Rosetta y de los mármoles del Partenón porque lo consideran un expolio de su patrimonio. Pero el Gobierno británico se niega a su devolución, alega una ley de 1753 por la que se prohíbe la salida del país de cualquier pieza a no ser que sea un duplicado y defiende que esas obras no habrían sido debidamente conservadas en sus países de origen. En el siglo XIX, los fondos del Museo Británico también se enriquecieron con la colección de escultura clásica Townley. Fue también en este siglo cuando se produjo el cambio de sede, que se mantiene en la actualidad. En 1823 el rey Jorge IV donó la biblioteca de su padre, la Biblioteca del Rey, que puso en evidencia la falta de espacio en la Casa Montagu, de ahí que se encargara una nueva sede al arquitecto Robert Smirke. En 1857 el nuevo edificio ya estaba construido.
En este período el museo también se involucró en excavaciones en el extranjero, con lo que sus colecciones fueron aumentando. Una persona clave en este tiempo fue Sir Augustus Wollaston Franks, un anticuario inglés que fue nombrado ayudante del Departamento de Antigüedades del Museo Británico. Fue el responsable de importantes adquisiciones como el Cristal de Lotario. Así, como de ampliar las colecciones en otras direcciones, recogiendo antigüedades inglesas y medievales y material prehistórico, arqueológico y etnográfico de Europa, y también de arte oriental. Con la ampliación de los fondos del museo, la falta de espacio se hizo cada vez más patente. Así, en 1887 se trasladó la colección de ciencia natural para crear el Museo de Historia Natural de Londres. Y ya avanzado el siglo XX se retiró la colección etnográfica y también la Biblioteca Británica, aunque algunos de sus libros todavía permanecen en el museo. El Museo Británico posee más de siete millones de piezas artísticas que abarcan toda la historia de la humanidad, desde la antigüedad hasta nuestros días, pero muchos de esos objetos no están expuestos por falta de espacio y permanecen almacenados en el sótano del edificio.
El número de visitantes se incrementó de forma importante en el siglo XIX pero fue en el XX cuando el museo experimentó una gran proyección pública. Además de su propio trabajo de conservación, el museo se interesó por ampliar su atractivo a través de conferencias, guías populares de las colecciones y otras actividades. La primera guía del museo fue publicada en 1901. A lo largo de todos estos años el edificio del museo ha sufrido algunas transformaciones interiores para mejorar la habitabilidad de las colecciones. En el año 2000, en el espacio dejado por la Biblioteca Británica, se construyó el Gran Atrio de Isabel II, obra del arquitecto Norman Foster, que con dos hectáreas de superficie se ha convertido en la mayor plaza cubierta de Europa. En 2003, el museo celebró su 250 aniversario con la restauración de la Biblioteca del Rey, la sala más antigua del museo. Y ya con la llegada del siglo XXI, el Museo Británico no ha dejado de ampliar sus instalaciones con cuatro nuevas galerías permanentes.
Autor: Jesús Aguayo Linares, graduado en Historia del Arte por la Universidad de Córdoba