Con Isidre Nonell (Barcelona, 1872 – Barcelona, 1911) asistimos a un importante cambio dentro de la corriente pictórica modernista relacionada con la temática flamenca. A pesar de pertenecer al grupo de pintores que se relacionaron en el barcelonés Els Quatre Gats, donde Casas o Utrillo elevaban a la máxima potencia los principios modernistas del art decó, Nonell en cambio se mantiene reacio a esta estética y desarrolla un lenguaje pictórico casi opuesto al de sus coetáneos. Mientras que la moda afrancesada acapara la escena e iconografía andaluza y flamenca, Nonell huye de cualquier atisbo de aburguesamiento para centrar su atención en el pueblo gitano, paradigma de lo humilde y marginado de la sociedad catalana de finales del XIX y principios del XX.
En sus temas vemos la influencia de Millet y su retrato de la vida campesina, y en su pincelada la escuela de Cezanne. Cala más en él el impresionismo, que ya está obsoleto en Francia; sin embargo adquiere el tinte sobrio y austero que caracteriza la pintura española: un nacionalismo pesimista y un realismo sucio que lo hermana pictóricamente con José Gutiérrez-Solana.
No le interesa la escena flamenca, los coloridos mantones o volantes, ni la juerga; prefiere retratar la figura de la mujer gitana de mediana edad, maltratada y avejentada por el mal trato de la miseria, sin ningún tipo de idealización u ornamentación festera. Ningún adorno folclórico, ni un solo atisbo de alegría o celebración en sus cuadros.
Alineadas a ras de suelo estaban las telas giradas, mostrando el bastidor de madera nueva, con la tela gris tirante y las cabezas gruesas de los clavos. Un sofá de paja, una silla de enea, un balancín y unos cuantos libros. Y por los rincones, como única decoración, los amplios pañuelos de gitana, gruesos esponjosos, de una rigidez variable de pliegues y de un color más rico y complejo que una nube o la copa de un árbol.
Hace Nonell de la marginalidad de los gitanos casi una oración, y en las sobrias mantas con lasque se cubren sus mujeres el único resquicio de luz; una metáfora de la autoprotección y del aislamiento. La espereza de su pincelada sobre el lienzo, la excesiva materia hoy craquelada, rezuman la soledad de un pueblo que no siempre canta y baila, y que también sufre con un silencio sepulcral y mártir que es compartido por todo aquel que mira.
Cuando los pueblos indagan para reconocer a aquellos creadores de arte o de literatura que han incidido en revelar, denunciar y crear conciencia entre los marginados, de sus paupérrimas situaciones, está la burguesía como clase dominante, tratando de ocultar e imponer oscurantismo a cualquier atisbo emancipador y tratando de ignorar, degradar e interrumpir excepcionales obras de arte y despreciar a sus creadores.
Realizado por Álvaro Reja Cuadrillero.